martes, 10 de julio de 2007

Chihuahua Huele a Podrido


Columna de Jaime García Chávez
Diputado del Partido de la Revolución Democrática
Chihuahua, México.


Después de las elecciones chihuahuenses, recordé famosa frase acuñada por Shakespeare en su Hamlet y deseo parafrasearla: algo huele a podrido en Chihuahua.

Habrá quienes estimen que estos términos no se llevan bien con el análisis político y puede ser que tengan razón. Sin embargo, esta entrega es un ejercicio periodístico y algo tiene de efímero, conjetural y, seguramente, de invitación para reflexionar nuestra lamentable circunstancia. El abstencionismo de cerca del 60% deja conclusiones inocultables: demérito de la política, crisis del sistema de partidos, abulia, atonía y hartazgo ciudadanos con las formas que cobra la contienda entre los candidatos, el vacío tangible que padece el pueblo al sentirse absolutamente marginado como sujeto para recibir respuestas a problemas que están ahí en espera de que los aspirantes a ocupar cargos públicos se ocupen de ellos. Las pasadas elecciones, al padecer una ausencia profunda de la izquierda, fue una competencia entre dos partidos que se peleaban por el primer lugar en presentarse como afectos a la derecha política, a la visión puramente empresarial de la realidad y de ahí al sí a la vida, a ponerse en manos de Dios, a exhibir los escapularios y demás hubo solo un brinco, lamentablemente ese brinco fue al vacío porque la gente común y corriente deseaba escuchar proyectos y compromisos, no moralinas ni mojigaterías, mucho menos actitudes arrogantes y soberbias.

Hubo un momento en el que fue evidente el descrédito de la política electoral, fue cuando para darle autenticidad a la propia voz se acudió ante el notario público, cuando se firmaron los pactos de civilidad a sabiendas de que jamás se cumplirían. Estos pactos fueron como un abrazo entre dos adversarios de los cuales cada uno clavaba a su contrario un puñal por la espalda. No hubo responsabilidad, ni moderación, ni templanza. Estos ingredientes esenciales en la conducta de los demócratas se vieron sustituidos por una descarada y amoral lucha por el poder. Algunos candidatos buscaron alcaldías pensando en brincar de ahí a la diputación federal y, en casos muy conocidos, a la gubernatura del estado. En otras palabras, treparse en los hombros de los ciudadanos, convertidos en simples medios, para lograr propósitos insospechados por los mismos pero bien acotados por los actores políticos que se preocupan exclusivamente por los intereses de su facción. Conviene esbozar algunos puntos de agenda para el análisis futuro.

El abstencionismo tiene un origen multifactorial: hay ancianos que ya no pueden ir a la casilla, jóvenes que inaugurados a la vida ciudadana dejan para otra ocasión la oportunidad para emitir por primera vez el sufragio. También están los enfermos, los delincuentes y otros que se encuentren en análogas circunstancias. Pero ni contándolos de uno por uno esos casos vamos a completar el 60% del padrón electoral.

Cierto que un signo de las democracias —la estadounidense, por ejemplo— reportan como mal endémico el alto abstencionismo que ha producido interpretaciones sobre la caracterización esencial del fenómeno. Hay algunos que entienden la abstención como un consenso tácito con lo establecido y otros enfoques nos dicen justamente lo contrario: ven en la abstención una manifestación de disentimiento y como un elemento de agravamiento de la estabilidad de un sistema político. Me inclino más por esta última versión sobre todo porque en Chihuahua hubo resistencia cívica abstencionista, aquella que se expresa a través de los que van a la casilla a aniquilar su voto, sea poniendo una tacha general en la boleta, entregándola en blanco o marcando la palabra “RESISSSTE”. A este respecto se debe visualizar un ejemplo: si dos derechas se enfrentan en el municipio o en el distrito, la incorporación de los maestros a la política priísta a través del mercenariato electoral de la señora Gordillo trajo confusión y a la postre abandono de compromisos corporativos, antaño muy bien eslabonados. Ya nada es igual.

Evaluar la abstención nos lleva a considerar la representación. Vamos a tener una mayoría congresional —pienso exclusivamente en los diputados priístas— que no van a ir más allá del 15% de los ciudadanos que integran el padrón y gobiernos municipales con consensos ciudadanos que no rebasan el 10% del padrón municipal. De por sí que es muy difícil contestar la pregunta de a quién representan nuestros representantes, más lo será cuando afuera de las instituciones ni siquiera haya reclamantes para exigir respuestas concretas y específicas a las grandes demandas sociales.

Probablemente el padrón global de Chihuahua es más delgado de lo que aparece, pero de esto no me ocuparé. Quiero establecer correlaciones que sean como brochazos de blanco y negro para visualizar de qué estamos hablando: cómo puede usted creer que en la decisión interna del PRI en el municipio de Chihuahua, abierta a la sociedad, haya contado con la presencia de 73,406 electores y su candidato Alejandro Cano haya obtenido en la constitucional 112, 619 votos. Si cuando menos cada uno de los votantes en la interna hubiera llevado a otro, el señor habría ganado. O el caso patético del PRD que en la consulta indicativa celebrada en el municipio de Chihuahua acudieron 2,981 ciudadanos y a la constitucional municipal 2,405, ¡menos de los que se interesaron por una decisión de plataforma electoral! Quiere decir que estos partidos y sus formas de hacer política no calientan ni a sus propios adeptos y simpatizantes. Empero estas son las pequeñas puntas de un iceberg, aunque a veces parecen el iceberg mismo.

Asunto especial es el de los medios y el de las encuestas. Los medios juegan un papel esencial en la consolidación democrática, pero esa tarea no forma parte de su agenda en la entidad. En esencia no se satisfizo la necesidad de la información y lo recurrente fue ver la actuación cínica de los especialistas de la persuasión. Aquí viene a tono recordar lo que nos dice la filósofa Mary Warnock “…casi todos somos perfectamente conscientes de que todas las declaraciones y manifestaciones políticas que se hacen han sido previamente sesgadas, analizadas y manipuladas de forma que resulten eficaces de cara a su presentación al público, a todo el mundo, como si formara parte de una campaña publicitaria. La publicidad, al menos, pese a que tiene más impacto en nosotros del que quisiéramos, reconoce abiertamente que trata de vendernos algo, de forma que si compramos el producto, al final no podremos echarle la culpa a nadie más que a nosotros mismos; y al menos los publicistas pueden justificar con frecuencia su negocio diciendo que ofrecen información acerca de los nuevos productos que venden”. Mientras los medios principales no jueguen su rol comprometidos con el proceso democrático, no habrá democracia en Chihuahua y continuaremos viviendo en una caricatura que lleva ese nombre.

Y qué decir de las encuestadoras. Aquí estamos en presencia de una felonía que golpea arteramente a los ciudadanos y paradójicamente a quienes pretenden servirse de la misma. Qué seriedad se les puede reconocer a quienes hablaron de candidatos triunfadores con más del 20% de la preferencia electoral. El profesionalismo estuvo ausente en esta materia y pretendiendo por esa vía inducirles votos a los candidatos del poder que las compraron, lo que hicieron fue presentar un escenario virtualmente ventajoso y por eso paralizante. Al menos el común de los mortales si le dicen que su candidato ya ganó, lo más seguro es que se quede en casa o salga a divertirse evadiendo el cumplimiento de un deber cívico. Hubo una pretensión de reforma electoral que involucró a medios en Chihuahua, al final la terca realidad se impuso demostrando que cuenta más la cultura autoritaria —destructora de la ciudadanía activa— y dominante que cualquier intento de innovación sustentado en literatura legislativa.

Si la fuente de la legitimidad en toda democracia son los votos y estos no median en Chihuahua en número suficiente, la pericia dicta que nos pongamos en ruta hacia un movimiento de grandes dimensiones para que ese actor central llamado ciudadano se ponga al frente de la gestión de sus propios intereses. Para no dejar el poder público en manos de élites minoritarias y facciones habrá que pelear con los dientes y las veinte uñas y a través del plebiscito, el referéndum y la iniciativa popular que prevalezcan los intereses de la sociedad frente a una casta burocrática separada de la sociedad y que solo atiende a sus propios fines para garantizar su reproducción obedeciendo a un maloliente proyecto de control del poder del Estado.

No me cabe duda: algo huele a podrido en Chihuahua. No es ni la democracia como paradigma, ni los anhelos de tener un adecuado sistema de partidos. No es esto. Lo que ya se pudrió es la vieja cultura, el modus operandi de hacer la actividad electoral que terminó por deteriorar la representación política. Si no se resuelve esto nos espera una larga época de neoautoritarismo, quizás no el fascismo del siglo pasado pero probablemente algo muy parecido a fin de cuentas la oligarquía ya compró el poder.

Hacerle frente a un fenómeno como este solo es factible contando con la izquierda —partidaria o no—, y si esta decide hinchar sus velas y hacerse a la navegación en alta mar, con todo lo que esto implica y que bien se sabe de tiempo atrás.

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