sábado, 31 de mayo de 2008

Manuel Buendía, in memoriam.


Cada año, en la misma fecha, publico la misma columna. Sólo actualizo el tiempo transcurrido. Es la machacona esperanza de que algún día sabremos la verdad: quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron –o eliminaron- a los pistoleros.

¿Los que hoy purgan condenas por el homicidio son realmente los responsables? Un juez así lo consideró y al parecer habría otros motivos para mantenerlos en prisión. El supuesto autor material niega su participación y el sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue parte de un complot que por supuesto nadie está en condición de probar.

Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo. Y los de los periodistas creo que jamás. Recuerdo la muerte de George Polk en 1948 en Salónica, Grecia, caso perturbadoramente análogo al de Buendía. Un periodista incómodo para todas las facciones en pugna en un momento de grandes tensiones políticas - incluidos los gobiernos griego y norteamericano-, fue ejecutado. Hubo un clamor generalizado; se constituyeron comisiones de investigación; la justicia prometió llegar hasta las últimas consecuencias; se crearon galardones en su memoria; algunas personas fueron acusadas… y la verdad, como en México en 1984, no se supo jamás.

Es asombrosa la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social. Una y otra vez el resultado es, para ellos, contraproducente. Porque la memoria y la palabra, no pueden ser asesinadas. Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando aún no exhalaba el último aliento.

Mi columna de cada año, actualizada:

“Hace 24 años murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.

“Aquel 30 de mayo de 1984 fue miércoles. Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.

“El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, a propósito frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia. Las fotografías del cadáver de Buendía en una acera le dieron la vuelta al país y al mundo: en aquel México tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.

“Veinticuatro años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de don Manuel fue ejemplar, pero no en el sentido en que quisieron sus asesinos. Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso con la libertad. Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y personal. El sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.

“Recordamos a Buendía de muchas formas. Su cálida amistad y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales. Una vez escribió: ‘Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: “Hoy he descubierto algo importante, pero... ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’

“Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: ‘El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas’.

“’Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda’.

“’Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos’.

“’Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo -por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora, y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera’.

“’Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores, pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día’.

“Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe.

“Lo recordamos siempre.”

Molcajeteando…

Manuel Buendía evoca muchas memorias. De entre los numerosos correos recibidos en respuesta a la columna anterior, comparto con usted algunas reflexiones:

“Extraordinaria reflexión del maestro Buendía. Sobre todo por un final que vale todo el memorando.” (P. A.)

“Un día entro a su despacho y me lo encuentro recargando su brazo derecho en la pared y su frente recargada en la misma pared, su mano izquierda en la espalda, estaba pensando... porque había tomado una decisión muy importante y se preguntaba ‘¿habré hecho bien?’ Había despedido a un colaborador que ponía a sus alumnos a trabajar en su lugar. Era brillante, pero muuuuuy flojo; prefería la pachanga que el trabajo.” (A. G.)

“Me llamó la atención el que escribieras que el homicidio de don Manuel no esta aclarado. Ahora que los acusados de su crimen han sido liberados (después de compurgar su sentencia) sólo quedan dos vías posibles: aportar nuevos datos que permitan abrir la averiguación previa o olvidar el asunto, pues para la ley vigente cuando el artero crimen está resuelto, los criminales procesados, declarados culpables, sentencias ejecutoriadas y con penas carcelarias cumplidas el asunto esta concluido y archivado. Comparto la opinión de que los verdaderos criminales siguen gozando (si continúan con vida) de una impunidad que irrita, preocupa y entristece. Una platica con los “autores material e intelectuales” ya liberados podría ser el comienzo de las posibles acciones que llevaran a reabrir las investigaciones; involucrar a alguna de las Cámaras federales y/o a la Asamblea seria de gran ayuda. Todo lo anterior me lo dicta el corazón, el cerebro no siente lo mismo.” (R.B.)

“Ud. a mi no me conoce, pero sí ha conocido a alguien que caló hondo en la historia de mi familia. ¡Quién más que ese excepcional ser humano llamado Manuel Buendía! Con mi compañera y con mi hija menor estábamos nosotros a resguardo de la dictadura argentina, gozando de la solidaridad del pueblo de México, cuando a fines de 1980, mi compañera fue a parar a manos del temible Miguel Nazar, quien la detuvo, la torturó y la tuvo desaparecida durante 10 días. Ya casi habíamos perdido las esperanzas de encontrarla con vida o acaso la suponíamos en manos de represores argentinos, cuando irrumpió ese hombre, ese gigante, a quien yo conocía a través de la genial columna "Red Privada" . Don Manuel se movió con rapidez, y hasta con temeridad, dando con mi compañera detenida en unos calabozos cercanos al Centro del DF (Revolución). Se plantó muy firmemente ante Nazar y la recuperó. Ella estaba embarazada de unos meses y supusimos que podría haber perdido a nuestro hijo. Por fortuna, en junio del año siguiente tuvimos un varón, al que le pusimos Vicente y de 2º nombre Manuel, en honor a ese grande. Fue un terrible dolor el que tuvimos cuando ya en Argentina nos enteramos de ese cruel asesinato.” (A. L.)


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

sábado, 10 de mayo de 2008

El "incidente" de Tampico


Se cumplieron 94 años de la inicua ocupación de Veracruz por fuerzas navales estadounidenses en abril de 1914. Este acto de guerra del gobierno de Woodrow Wilson fue justificado como “una ayuda a la democracia mexicana”, pues evitaría que Victoriano Huerta recibiera un cargamento de armas y municiones que venían de Alemania en el vapor “Ypiranga”. El barco en efecto no entró a la dársena, pero navegó a Puerto México, hoy Coatzacoalcos, y allá dejó su mercancía. En Veracruz muchos mexicanos perdieron la vida ante un ejército experimentado y bien pertrechado al mando de sargentos que ansiaban tomar el país de una buena vez por toda. Los cadetes de la H. Escuela Naval dieron un inmortal ejemplo de patriotismo

La invasión en realidad tuvo que ver con los veneros de petróleo que el diablo nos escrituró. El pretexto, digamos “oficial”, fue un curioso incidente que tuvo lugar en Tampico el 9 de abril, unos días antes del desembarco. Por la Revolución, Washington mantenía naves de guerra patrullando las aguas de la costa mexicana para, oficialmente, proteger a sus trabajadores en la Faja de Oro -y extraoficialmente, uno puede suponer, cuidar el oro negro que sus empresas chupeteaban de los mantos mexicanos.

El 5 de abril fuerzas revolucionarias atacaron a la guarnición federal estacionada en Tampico y la flota arribó para labores de evacuación (quizás al grito de “¡directores, gerentes y supervisores primero!”). El día 9, un esquife del USS Dolphin invadió un sector restringido del puerto -en procura de provisiones, según la versión oficial- y el piquete de marinos fue detenido e interrogado durante media hora, al cabo de la cual fue puesto en libertad con la advertencia de mantenerse fuera de la zona.

Ese ruin incidente fue inflado a proporciones internacionales. El almirante al mando de la flota exigió que se castigara al oficial mexicano que había detenido a los marineros y que el gobierno de México “desagraviara” a la bandera estadounidense. En Washington, en una sesión conjunta del Congreso convocada el 20 de abril para responder a “la ofensa”, se pidió una declaración de guerra contra México, que finalmente quedó en el envío de una fuerza expedicionaria. La flota del Atlántico fue dirigida a Veracruz. El ataque comenzó el 21 y en menos de 24 horas tres mil marines habían ocupado la ciudad. El saldo fue de 19 invasores muertos y 71 heridos; los defensores perdieron 126 vidas y tuvieron 195 heridos.

¿Todo por la detención -legal, además de respetuosa, como se ha documentado- durante media hora, de una decena de marinos? ¿Perdieron la razón los padres de la patria jeffersoniana? ¿Enloqueció el doctor en ciencias políticas, ex profesor y ex rector de la Universidad de Princeton, Woodrow Wilson, Presidente de los Estados Unidos? No, desde luego. Aquello había sido una fabricación. La razón verdadera pasa por la relectura del apotegma de Dumas (padre): “Cherchez le pétrole!”

Aunque también el encono del país vecino tuvo que ver con la patología de aquellos años en la sociedad norteamericana, una supuración de odio e intolerancia hacia “los otros”. Aquel martes 20 de abril de 1914, al mismo tiempo que en el Capitolio en Washington diputados y senadores vociferaban contra México, en el pequeño poblado de Ludlow, Colorado, la policía local y los guardias privados contratados por la Colorado Fuel and Iron Company –una hermanastra de las petroleras- tomaban a sangre y fuego un campamento de mineros sindicalistas y sus familias, que en esos momentos celebraban la Pascua Griega. Veinte muertos fue el saldo de la triste “masacre de Ludlow”, entre ellos una docena de mujeres y niños, baleados e incinerados por los valerosos gendarmes que rociaron querosén e incendiaron las zanjas en las que buscaron refugio. Una agencia de guardias privados llevó un vehículo blindado, el “Especial de la Muerte” con el que estuvo rociando metralla bajo la dirección del teniente Karl E. Lindenfelter. Ni uno de los agresores fue llevado ante la justicia, pero decenas de mineros fueron arrestados y puestos en las listas negras de la industria.

Si esta era la consigna para solucionar los problemas con sus propios ciudadanos, si en la mente de los gobernantes estaba grabada la verdad eterna de que los intereses de la industria están por encima de los derechos y de las vidas... ¿queda duda de hasta dónde habrían llegado en México?

Otro dato para comprender el estado de ánimo de aquella sociedad norteamericana (y cualquier semejanza con la actual es una celestial coincidencia) es una confesión del soldado norteamericano más condecorado de todos los tiempos, Smedley D. Butler, general brigadier de la infantería de marina, veterano de la toma de Veracruz, en su libro War is a Racket (“La guerra es una conspiración criminal”): “Pasé 33 años y cuatro meses en servicio militar activo y durante ese periodo la mayor parte del tiempo fui un golpeador de lujo al servicio de los Grandes Negocios, de Wall Street y de los banqueros. En pocas palabras, fui un mafioso, un gángster del capitalismo. Ayudé a que México, y en especial Tampico, fuera un lugar seguro para los intereses petroleros norteamericanos en 1914 [...]. El problema con Estados Unidos es que cuando el dólar tiene ganancias locales de sólo el 6 por ciento, se torna inquieto y viaja a donde pueda ganar el 100 por ciento. Entonces la bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera.”

Lo dijo Santayana y aquí se ha repetido hasta el cansancio: “Desconocer la historia es condenarse a repetir los mismos errores”.

Molcajeteando…

De vez en vez nos llegan noticias a las que el adjetivo “inefable” va como anillo al dedo. Vean ustedes este relato de la madre patria que no tiene desperdicio.

“Sevilla (Colpisa).- Un vecino de la localidad gaditana de San Roque solicita una indemnización por la muerte de una vaca, cuando huía del acoso sexual de un burro propiedad de la Corporación municipal. El propietario de la vaca alega que el asno entró en su terreno persiguiendo a su animal con intenciones deshonestas, y ésta al tratar de escapar del acoso cayó por un terraplén como consecuencia de lo cual murió.

“La demanda del vecino señala que el burro entró en su terreno acosando sexualmente a la vaca, mientras que el Ayuntamiento considera que la vaca provocó al asno. José Lara, concejal del Ayuntamiento de San Roque, explica su versión de los hechos: “Se trata de un burro joven, con mucha fuerza y claro, al salir la vaca completamente desnuda, con las tetas al aire, pues igual el animal se salió de madre y embistió”. Serán los servicios jurídicos del Ayuntamiento los que tendrán que decidir si hubo realmente acoso sexual por parte del burro.”

¡Bendito Dios!