viernes, 24 de agosto de 2007

Limando asperezas con tejana


Columna Más Análisis
Por Sergio Armando López Castillo
Chihuahua, México.


La algarabía se desató, justo en el centro del poder del Estado. Ocho de la noche y nada sereno. Bastaron menos de dos horas para que el sotol de Coyame, 100% chihuahuense -gritaba Héctor Valles Alveláis-, las “modelo” de cebada y los destilados del agave, desinhibieran al más recatado de los presentes…


Había terminado el colorido y exitoso Professional Bull Riders, y en su apogeo, el Festival Country de Chihuahua para el mundo, lucía sus mejores galas.

El emblemático e histórico Palacio de Gobierno se había convertido en el ombligo de la fiesta por excelencia, de los del círculo rojo de las decisiones y el poder.

Los pasillos que en un día normal en Palacio, lucen solemnes, sobrios, con los murales de Piña Mora de testigos fieles de la rica historia de Chihuahua, esa noche vaquera y etílica, se vieron congestionados con toda clase de comestibles y bebidas.

Pocos hacían el feo a los algodones de azúcar, a los elotes con derramada crema, y muchos menos a las viandas de bocadillos, que repartió Guillermo Vega, tal vez recordando aquellos viejos tiempos en los “Parados de Tony Vega” de la zona dorada.

No era una noche, ni una fiesta como cualquiera, la del jueves.

Para las diez y media, las degustaciones líquidas habían hecho un raro efecto en los comensales y bebedores del patio central de Palacio: todos reían, hablaban fuerte, pensaban en voz alta, se abrazaban, se prometían cosas…

Otros negociaban, se afinaban, futureaban, pronosticaban. Todo mundo efusivo emitía sus mejores saludos, palmadas de espalda y los clásicos choques de copas y vasos repletos de alguna clase de alcohol.

El gobernador, enfundado en una vistosa camisa vaquera negra, pantalón de mezclilla, votas y sombrero, fue en todo momento parte del centro de la atención de los asistentes a Palacio.

Volvió a ser blanco de los más diversos comentarios del look de barba de candado, que agregada a la vestimenta country, hacía lucir al mandatario distinto en extremo. De no ser por su descomunal estatura, color de piel característico y por el enjambre de aduladores en su derredor, hubiera pasado a la vista, por un humilde agricultor o arriero.

Sin sentarse en ningún momento en los lugares que se dispusieron para los invitados especiales, de pie, Reyes permaneció alrededor de hora y media en el festín country de Palacio, siempre flanqueado por su nuevo grupo de guarros, que muchos no identificaban, y casi los embestían para darle la mano o un abrazo al de Delicias.

El escenario montado para el número artístico, con cantantes vernáculos y del género country, poco importaba a los presentes. Por más que la eterna publi-relacionista y moderadora de Alejandro Cano, se esforzaba por atraer el interés hacia las intérpretes, jamás nadie aplaudió ni una sola de las piezas…

Norteamericanos y norteamericanas, a quienes el tequila y sotol mexicanos habían hecho mayores estragos en su ánimo, asemejaban el espectáculo noctámbulo de cierta zona de Ciudad Juárez, a donde se cruzan los gringos jóvenes y otros no tanto, a pachanguear y a hacer sus numeritos.

Algo parecido, algunos chihuahuenses presenciamos esa noche de juerga en el Palacio de Gobierno.

Dos personajes, de alguna manera, poco entonaban con el ambiente y entorno: Héctor Hernández Varela –siempre ecuánime, estoico, correcto, a los más que llegó fue a tomarse un par de vinillos, fumar cigarrillos y charlar de manera solemne con Felipe Fierro Alvídrez, quien no queriendo la cosa, buscaba uno que otro tip político ahí.

También, Don Raúl Chávez Espinoza, custodiado por su fiel escudero Rafael Mixueiro, con enorme puro en mano, diplomático, atento, conversador, no portaban el sombrero que la mayoría exhibió en el evento, para estar a tono con la fiesta.

Tampoco lo hizo Maurilio Ochoa, ataviado en un tradicional traje oscuro. De repente, cuando éste se encontraba sentado al lado del secretario de gobierno y del rector, arribó Enrique Terrazas Jr. Ese sí haciendo gala de una fina vestimenta vaquera y sombrero caro, de varias X.

El dirigente de Coparmex con celular en mano, intercambió miradas distantes con el presidente de Canaco, como queriendo pelear, pero al final, olvidados los incidentes camerales y de la pasada contienda electoral, el saludo llegó franco entre ambos.

Lo que hace una buena bebida, comentaban los presentes…

Terrazas Seyffert, contento, parecía festejar, sin decir nada, que Carlos Borruel hubiera superado a Cano Ricaud en las urnas, cuando Ochoa Millán, quien ocupa por ahora el feudo de Don Patricio en el edificio empresarial, había inclinado la balanza de los comerciantes, hacia el secretario de desarrollo industrial ausente.

Enfrente de ese grupo, José Reyes el anfitrión observaba, miraba de vez en vez esa improvisada mesa, en la que Juan Blanco Zaldívar, no paraba de conversar en idioma extranjero, con varios gringos y gringas.

Un par de nacionales, por su lado, ya entrados en tragos, no escatimaban en desear parabienes y mucha suerte al munícipe panista, en su proyecto del 2010. El también empresario, sólo reía, degustaba y alcanzó a decir “en tres años pueden pasar muchas cosas”. Gracias, gracias.

Como si anduviera en rondín policial, Lázaro Gaytán, irreconocible por el atuendo country, acompañado de su mujer, una y otra vez se daba la vuelta a las espaldas de su jefe el Alcalde. Ni Luisa Almeida, ni Claudia Garza estuvieron en el lugar con sus respectivos consortes…

Lo más notorio fue que no hubo invitados del pueblo, ciudadanos comunes, casi ninguno. Fue una fiesta de los hombres del poder, a la country. Tal vez así estaba pensado, en contraste con las fiestas patrias, en las que ahí sí, el pueblo abarrota el recinto de las decisiones políticas, por dentro y por fuera.

Esa noche no. Estaban los que tenían que estar, nada más.

Fue su fiesta, su evento. De esos lujos que pueden darse quienes manejan el presupuesto y la cosa pública con su mejor criterio, pienso.

No hubo mayores desfiguros, ni incidentes penosos fuera de lo humanamente comprensible. Pero sí, mucha algarabía, demasiado contento, convivencia exacerbada. Algunos sintieron la oportunidad de sacar el estrés, sobre todo algunos de los funcionarios de gobierno estatal.

Ellos, no ven la hora de su destino que está en manos del gobernador, señalaban entre copa y copa. “regresó de vacaciones y no hizo cambios en el gabinete, se respondían solos. Qué estará esperando? El jefe, añadían entre sí…

Al final, Reyes decide despedirse, se acerca al grupo de Juan Blanco, Raúl Chávez, Enrique Terrazas y Héctor Hernández -Me retiro, se quedan en su casa, les dijo el gobernador.

Al extender la mano para el saludo de salida, en medio de dos importantes norteamericanos, tal vez de Texas o Nuevo México que dialogaban con Blanco Zaldívar, en inglés, el Presidente Municipal responde al saludo.

Reyes le dice que luego platican de algunos pendientes; que va a salir de la ciudad algunos días, que al regreso se ven.

Jun Blanco, sin soltar el vaso de bebida, le asiente y como que le recuerda que deben hablar pronto de asuntos como el del estacionamiento del Congreso, y los permisos para de impacto ambiental para las 18 obras municipales que están como en suspenso.

El gobernador mueve la cabeza en forma positiva y le repite a Blanco que tiene compromisos previos en las horas inmediatas, que lo espere a su regreso. Los gringos sin entender la conversación, ponen cara de interrogantes, y es el Alcalde el que les explica en su idioma de qué se trata.

En buen inglés, Juan les traduce a los visitantes extranjeros, que hay una especie de controversia por la construcción de un edificio en el centro histórico de Chihuahua y que ambos desean aportar su voluntad para resolverlo…

El gober no atina a saber qué es lo que Blanco Zaldívar les indica a los estado-unidenses, a juzgar por los gestos que hizo al escuchar al edil y opta por soltar una carcajada, tal vez pensando que el contador Blanco hacía alguna broma con ellos.

Concluye la despedida, ambos se funden en un abrazo… Veremos los resultados del singular lime de asperezas.

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