lunes, 17 de septiembre de 2007

La "Gran Guerra"


Columna Juego de Ojos
Por Miguel Angel Sánchez de Armas
Xalapa, Veracruz, México.


Salvo por la extensión territorial que asoló y el número de pueblos que involucró, la II guerra no tuvo nada de “grandeza”. Protesto, pues, y exijo a los señores académicos que se dejen ya de sus retozos lingüísticos, olviden el onanismo gramatical que les da discutir si “molcajete” y “guacamole” son o no términos a ser incluidos en el Gran –ése sí- Diccionario, y de una maldita vez se pronuncien sobre el grave asunto que en más de una oportunidad he puesto a su augusta consideración y declaren nula la expresión que da título a esta columna.
Dicho lo anterior, abordo el tema de hoy: el sexagésimo octavo aniversario del colosal conflicto que cobró la vida de más de 60 millones de seres humanos y sobre cuyas cenizas se construyeron la sociedad y el mundo actuales.

El 3 de septiembre de 1939 Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania después de que el maloso e insensible Hitler se negara a atender el “ultimátum” presentado por el Primer Ministro británico (¡Ah, Chamberlain, aquella gelatina! O, como lo describiera Orwell, “[ese] estúpido anciano que se conduce conforme a los dictados de su muy escasa inteligencia”).

A los millones de vidas perdidas hay que sumar los trastornos a la organización social, la destrucción de las economías, la recomposición geopolítica del planeta, la desorganización familiar, las hambrunas y la desolación que se extendió por la tierra.

Quisiera poder decir que los años transcurridos desde el término del conflicto fueron de paz, pero basta una breve e incompleta cronografía para comprobar, como si fuera necesario, que el estado natural de la sociedad humana es la guerra: 1947: matanzas en el Punjab; 1948: primera guerra árabe – israelí; 1950: guerra de Corea; 1952: rebelión Mau-Mau en Kenya; 1954: derrota francesa en Vietnam; 1956: guerra de Suez; 1956: revolución anticomunista en Hungría; 1956: revolución argelina; 1959: revolución cubana; 1960: revolución congoleña; 1961: fallida invasión a Cuba; 1963: conflicto de Chipre; 1964: guerra de Vietnam; 1965: invasión norteamericana a la República Dominicana; 1967: guerra de los seis días; 1967: guerra civil en Biafra; 1968: rebelión anticomunista en Checoslovaquia; 1973: guerra del Yom Kipur; 1975: guerra civil en Angola; 1977: guerra civil en Líbano; 1979: invasión soviética en Afganistán; 1980: guerra entre Irán e Irak; 1981: ataque israelí a Irak ;1982: invasión israelí al sur del Líbano; 1982: guerra de las Malvinas; 1983: invasión norteamericana a Granada; 1986: enfrentamiento norteamericano y libio; 1987: primera Intifada en Palestina; 1989: invasión norteamericana a Panamá; 1991: guerras de secesión en Yugoslavia; 1991: guerra del Golfo; 1993: invasión rusa a Chechenia; 1999: intervención de la OTAN en Kosovo; 2000: nueva Intifada palestina; 2001: invasión a Afganistán; 2003: invasión a Irak; 2006: guerra de Israel contra Hezbolla.

Lo dijo Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo: “Paz, en los asuntos internacionales: periodo de engaño entre dos periodos de lucha”. Y hace dos mil años Publio Cornelio Tácito, al comentar las gloriosas conquistas romanas, se limitó a murmurar: “Hicieron un gran desierto… ¡y lo llamaron paz!”.

También a la “gran guerra” debemos el inicio de lo que puede ser el holocausto de nuestra especie: el lanzamiento de dos bombas atómicas en territorio japonés, la comprobación empírica de las capacidades de una nueva arma, organizada y dispuesta por el aparato militar vencedor.

Después, claro, vendría el fariseísmo. Estados Unidos e Inglaterra firmarían una “Carta del Atlántico” con los siguientes puntos:

1. Sus países no buscan ningún engrandecimiento territorial o de otro tipo.

2. No desean ver ningún cambio territorial que no esté de acuerdo con los votos libremente expresados de los pueblos interesados.

3. Respetan el derecho que tienen todos los pueblos de escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir, y desean que sean restablecidos los derechos soberanos y el libre ejercicio del gobierno a aquellos a quienes les han sido arrebatados por la fuerza.

4. Se esforzarán, respetando totalmente sus obligaciones existentes, en extender a todos los Estados, pequeños o grandes, victoriosos o vencidos, la posibilidad de acceso a condiciones de igualdad al comercio y a las materias primas mundiales que son necesarias para su prosperidad económica.

5. Desean realizar entre todas las naciones la colaboración más completa, en el dominio de la economía, con el fin de asegurar a todos las mejoras de las condiciones de trabajo, el progreso económica y la protección social.

6. Tras la destrucción total de la tiranía nazi, esperan ver establecida una paz que permita a todas las naciones vivir con seguridad en el interior de sus propias fronteras y que garantice a todos los hombres de todos los países una existencia libre sin miedo ni pobreza.

7. Una paz así permitirá a todos los hombres navegar sin trabas sobre los mares y los océanos.

8. Tienen la convicción de que todas las naciones del mundo, tanto por razones de orden práctico como de carácter espiritual, deben renunciar totalmente al uso de la fuerza. Puesto que ninguna paz futura puede ser mantenida si las armas terrestres, navales o aéreas continúan siendo empleadas por las naciones que la amenazan, o son susceptibles de amenazarla con agresiones fuera de sus fronteras. Consideran que, en espera de poder establecer un sistema de seguridad general, amplio y permanente, el desarme de tales naciones es esencial. Igualmente ayudarán y fomentarán todo tipo de medidas prácticas que alivien el pesado fardo de los armamentos que abruma a los pueblos pacíficos.

La columna “Enola Gay y Little Boy” provocó una avalancha de correos. Unos me corrigen, otros me califican de tonto útil y algunos más de compañero de viaje de los rojos. Preparo un resumen.

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