viernes, 8 de febrero de 2008

El molcajete y la licuadora


Columna "Juego de Ojos"
Por Miguel Angel Sánchez de Armas
Xalapa, Veracruz, México.


De nuestros ancestros españoles y mexicas heredamos la fascinación por las cédulas y los códices. Lo que no está escrito no existe. Entre más minuciosamente detallado es mejor. Las palabras se las lleva el viento. El cambio va en contra del orden universal. Todo debe seguir según lo dispuso Huitzilopochtli, su Real Majestad Católica o el Servicio de Administración Tributaria. Los herejes deben ser arrojados al fuego. Los guardianes del status lo son también de las virtudes.

Me abruma esta resistencia al cambio. Con la pequeña parte moderna de nuestro cerebro y temperamento damos la bienvenida a las innovaciones. Con el 90% restante urdimos mil maneras de rechazo. Somos como los nativos del África ecuatorial que sentían que los aparatos fotográficos atrapan el espíritu y debían ser destruidos junto con sus operadores, en un ritual de espanto y fascinación.

Hace años, en la revista que fundé se cambió de un sistema arcaico de diseño a uno moderno. Empujar a las formadoras a la actualización fue como lidiar con anguilas enjabonadas. Bajo la mirada del jefe abrían el programa nuevo. Apenas quedaban sin vigilancia volvían al antiguo, conocido, confiable y obsoleto procedimiento. “Es como tener el molcajete junto a la licuadora”, dijo una. “Por si las moscas”. La modernidad debió ser inducida a manotazos y con el borrado de los discos duros.

Fui invitado a dar la conferencia inaugural de un congreso de comunicación en la Universidad de California en San Diego. Al término de la ceremonia una señorita me presentó una forma y un generoso cheque en dólares. En el escrito se asentaba que no era yo empleado de la Universidad y que no tenía adeudos con el fisco nacional. Fue todo. Desde luego invertí los honorarios en mis centros de recreo favoritos. Más tarde, en México, el IMER me convidó a un taller. Llené no menos seis formularios, con más casillas, folios, transcripciones de leyes y reglamentos que el decreto real con el que los de Anenecuilco justificaron una revolución. Hube de entregar copias de identificaciones oficiales y de cuentas bancarias y una declaratoria jurada de que no estaba yo en la nómina de ninguna dependencia estatal. Con el tiempo recibí un exiguo cheque –menos el importe de una torta y un refresco que compré para el viaje a la Gran Ciudad porque la nota no reunía los requisitos fiscales- que tardé meses en cambiar.

Más. Volé a Nottingham a un congreso de periodismo y literatura. Por internet aparté y compré el pasaje aéreo. En el mismo sistema adquirí pasajes terrestres desde Gatwick al pueblo donde, dicen, vivió Robin Hood. El conductor del autobús apenas si miró el impreso que le mostré. Ah, pero acá, cuando compro un boleto electrónico en el ADO para ir a Xalapa, en la ventanilla me piden, primero, la credencial del IFE para asegurarse de que soy yo y no un impostor el que pretende usar el billete de 114 pesos para tomar por asalto la Atenas del Golfo. Después debo firmar original y dos copias de un impreso que repite todos los datos de la tarjeta de crédito –que ya descargó el importe a las cuentas de la empresa- y que durante los próximos 150 años reposará en una bodega con otras cinco mil toneladas de papel. ¡El molcajete y la licuadora! No vaya a ser la de malas.

¿Otro ejemplo? Llevé a Bancomer de la avenida Juárez de Puebla el cheque de 500 dólares que una línea aérea me otorgó en compensación por dejarme en tierra. El gerente tomó el documento con mano cauta, como si fuese papel contaminado. Lo examinó largos momentos, ceñudo, y pronunció la sentencia: “¡Esto no es un cheque!” Sugerí tímidamente que lo cursara por cámara de compensación y, en caso de no ser lo que con grandes letras decía en el anverso, la institución fundada por Espinoza Iglesias me podría llevar a los tribunales bajo cargos de fraude. Me miró incrédulo. ¡Un cliente que cuestiona! Analizó una vez más el documento. ¡Ajá! ¡Está falsificado! Aquí, aquí mismo, en donde dice usted que está su nombre, una “s” fue alterada para convertirla en “z”. ¿Resultado? El sujeto se quedó con copia del documento y de todas mis identificaciones para iniciar el trámite que primero sus superiores debían aprobar… en caso de que certificaran la autenticidad del documento. Eso fue hace seis meses. Otro banco reembolsó el dinero mientras en Bancomer siguen dándole a la mano de su molcajete con la licuadora apagada y en su caja, no se vaya a gastar. Pero Banamex no es mucho mejor. Esta misma tarde, en la sucursal de la avenida Juárez, un atento empleado me dijo que debo esperar cinco días hábiles para que el supercentro de computación del banco me otorgue un número de cliente. Es decir, lo van a buscar a mano… con la mano con que mueven su propio molcajete.

Hoy amanecí dispéptico. Esta antimodernidad me ahoga. En mi Universidad, el formulario para el servicio social comunitario es como la solicitud para dar de alta un laboratorio médico; en la fonda donde como, la empleada, después de consultar con el dueño, me hizo saber que el plato de mole se sirve con bolillo y no con tortillas porque así está en el menú. Dios me ampare.

El día que murió la música

Don MacLean fijó para siempre aquella fecha en “American Pie”: Buddy Holly, Ritchie Valens y J.P. Richardson (22, 21 y 24 años) murieron en un accidente aéreo hace 49 años y nos dejaron sólo la promesa de una música que fue el telón de fondo de mi generación, crecida con el rock lento y la devoción musical de “Peggy Sue”, “Temprano por la mañana”, “Corazonada”, “Donna” y “La boda del Big Bopper”. En su recuerdo, en la prepa 2, adoptamos el nombre de “Los soñadores”. Mucho después caímos en la cuenta de que fue el ritmo rockero de Ritchie el que nos acercó, adolescentes citadinos, a “La Bamba”, y no los albos cantores del Sotavento.

En algún lugar seguirán componiendo y cantando. Recordemos hoy en su memoria el verso de MacLean:

But February made me shiver, / With every paper I'd deliver, / Bad news on the doorstep... / I couldn't take one more step. / I can't remember if I cried / When I read about his widowed bride / But something touched me deep inside, / The day the music died.

viernes, 1 de febrero de 2008

Conocimiento y propaganda


Columna "Juego de Ojos"
Por Miguel Angel Sánchez de Armas
Xalapa, Veracruz, México


Fue hace ochenta años, el 9 de enero de 1928, cuando Joseph Goebbels, quizá por vez primera, hizo pública la estrategia de comunicación sobre la que se montaría la acción política del nacionalsocialismo.

Los nazis tuvieron temprana conciencia de la capacidad de los medios para operar como movilizadores de masas. Goebbels reconoció en la radio a la herramienta política por excelencia, pero también previó lo que sería la televisión: alrededor de 1934 estableció en Berlín un circuito de televisión para el que se recibió asesoría de J.L. Baird, el inventor del medio. Respecto al cine, tenemos el testimonio de la producción de Leni Riefenstahl.

Este temprano uso político de los medios de masas facilitó a los agitadores del nazismo presentarse como única esperanza en el imaginario de un pueblo que creía cancelado su futuro. En el camino, desarrollaron uno de los más formidables aparatos de propaganda de los tiempos modernos. De un trabajo académico en curso, transcribo algunos fragmentos de la conceptualización teórica armada por el Reich para “trascender” durante mil años:

“¿Qué es la propaganda y qué papel juega en la vida política? Esa es la cuestión que más nos interesa. ¿Cuál debe ser la apariencia de la propaganda, y cuál es su papel en nuestro movimiento? ¿Es un fin en sí misma, o es un medio para alcanzar un fin? De eso debemos hablar, pero sólo lo podremos hacer si comenzamos con el origen de la propia propaganda, es decir, la idea, para luego pasar a la meta de la propaganda, es decir, la gente.

“Las ideas en sí mismas son eternas. No están vinculadas con individuos, mucho menos con un pueblo; yacen en un pueblo, es verdad, y afectan sus posturas. […] Cuando aparece alguien que puede verbalizar lo que todos sienten en sus corazones [dicen], ‘Este hombre puso en palabras todo lo que yo he estado buscando durante años. Por primera vez, alguien dio forma a mis anhelos.’ Otros están perdidos en la confusión, pero de pronto alguien se levanta y lo verbaliza, volviéndose realidad la frase de Goethe: ‘Perdido en una muda miseria, Dios envió a alguien a que expresara mi sufrimiento.’

“Algún tipo de idea se encuentra en el inicio de todo movimiento político. No es necesario plasmar dicha idea en un grueso volumen, ni que tome forma política en cien largos párrafos. La historia ha probado que los mayores movimientos en el mundo siempre se han desarrollado cuando sus dirigentes supieron cómo unificar a sus seguidores bajo un tema breve y claro. Eso resulta evidente de la Revolución francesa o del movimiento de Cromwell o el budismo, el Islam o el cristianismo. La meta de Cristo era clara y sencilla: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. Él reunió a sus seguidores en pos de ese mensaje llano. Debido a que esta enseñanza fue sencilla, escueta, clara y comprensible, permitiendo a las grandes masas avalarla, al final conquistó al mundo.

“Después, todo un sistema de pensamiento se construye alrededor de una idea formulada tan escueta y brevemente. La idea no se limita a esta sola frase, sino que se aplica a todos los aspectos de la vida cotidiana y se vuelve la guía para toda actividad humana — la política, la cultura, la economía; todos los aspectos de la conducta humana. Se convierte en una visión del mundo. Está presente en todos los grandes movimientos revolucionarios, los que dan inicio con una idea clara, escueta, comprensible, de gran alcance. Se difunden más y más y se convierten en un espejo de vida que refleja todas las actividades de los pueblos, y en efecto de una manera particular.

“Después, puede decirse que una persona tiene una visión del mundo — no porque sepa mucho o haya leído mucho — sino porque ve toda la vida desde cierta perspectiva, y mide todo con una cierta norma. Soy cristiano cuando creo que el significado de mi vida es la enorme responsabilidad de amar a mi prójimo como a mí mismo. Kant una vez dijo: ‘Actúa como si el principio de tu vida pudiera ser el principio de tu nación entera.’ […] “Si desarrollo esta idea escueta y clara en un sistema de pensamiento que incluya todos los impulsos, deseos y acciones humanas, entonces tengo una visión del mundo.

“[…] La propaganda siempre es flexible; dice cosas diferentes aquí y otras allá. No es posible pulirla, laminarla y rellenarla; más bien debe ocupar el espacio entre el individuo y la mayoría. Yo hablo diferente en el tranvía con el conductor que con un empresario. Si no lo hiciera, el empresario pensaría que he perdido la razón y el conductor del tranvía no me entendería, lo que quiere decir que no es posible limitar a la propaganda; cambia según a quién esté tratando de abordar. […]”



Pablo Hermoso de Mendoza
Mucho había escuchado de este rejoneador y decidí verle en “El Relicario” el sábado pasado, pese a que yo me cuento entre quienes prefieren la lidia pie a tierra. Mis respetos. Es un artista. Es un valiente. Tiene un don. Si Lara viviera ya lo hubiera inmortalizado en una canción.

Lástima de la plaza, sin embargo. Bastante demerita a la fiesta techar el coso, pero, vamos, pudieran aceptarse razones de índole económica. Pero “El Relicario”, por lo menos esa tarde, fue un zoco en donde un comercio feroz e incivil, se dedicó a saciar la glotonería y la sed de los villamelones que abarrotaron el local, sin consideración alguna ni por el reglamento ni por quienes fuimos a vivir la fiesta. ¿Y la autoridad? Igual que en el resto del país –tapando grandes soles con pequeños dedos.