viernes, 25 de enero de 2008

La historia intelectual


Columna "Juego de Ojos"
Por Miguel Angel Sánchez de Armas
Xalapa, Veracruz, México.


Mis recientes actividades académicas me han acercado a una apasionante disciplina: la historia intelectual. Comparto con mis lectores la síntesis de una clase magistral impartida por mi maestro, el Dr. Lloyd Kramer, egresado de Cornell y catedrático en la Universidad de Carolina del Norte:

Se trata de la subdisciplina de la historia que estudia los sistemas de interpretación y significado. A diferencia de otras formas de la historia, toma como objeto de estudio las ideas y los símbolos que las sociedades utilizan para explicar su mundo, y enfatiza que la experiencia humana depende del uso de la lengua y de la conciencia humana.

Este uso de la lengua da sentido a vidas individuales y a realidades y experiencias sociales. Pero el uso de la lengua puede tomar muchas formas. Los seres humanos no usan una sola clase de lengua. La lengua puede aparecer en grandes obras de arte o grandes libros o tomar la forma de conversaciones, creencias o miedos cotidianos. Pero trátese de grandes libros o de la vida cotidiana, la gente aplica sus ideas sobre la realidad para estructurar esa misma realidad. En otras palabras, las teorías siempre son parte de la realidad. Y la historia intelectual enfatiza que lo que llamamos realidad es una suerte de construcción intelectual. La historia intelectual analiza cómo el significado de realidad cambia a través del tiempo, puesto que la realidad nunca significa lo mismo de una época histórica a otra. La lengua usada para describir a la realidad cambia a la realidad misma.

Lo que los historiadores intelectuales quieren comprender es cómo la gente ha interpretado los hechos que otros describen, cómo la gente se ha explicado los eventos y los problemas de su mundo.

Así que, por ejemplo, para los historiadores intelectuales el problema de la Revolución francesa no es cuando y cómo murió el rey de Francia durante el alzamiento. Los historiadores intelectuales quieren saber cómo el pueblo interpretó ese hecho y de qué manera el evento se fijó en la memoria de la cultura dentro de la cual tuvo lugar.

Los hechos que tienen lugar en lo que llamamos el “mundo real”, siempre, de alguna manera, están siendo formados o afectados por ideas. Es muy poco lo que los seres humanos pueden hacer en sus vidas sociales, económicas o políticas, sin un conjunto de ideas. Podemos decir que las realidades sociales siempre influencian el desarrollo de las ideas, y que las ideas siempre influencian el desarrollo de todas las realidades sociales. Ambos en realidad nunca pueden separarse.

La historia intelectual exige que tomemos muy en serio las ideas del pasado, que permitamos que esas ideas nos reten o critiquen nuestra propia interpretación de la realidad, puesto que lo que estamos haciendo en historia intelectual es entrar en un diálogo con las más creativas mentes del pasado. Y ya que la realidad humana nunca puede ser totalmente separada de nuestras ideas sobre ella, la historia intelectual es un componente esencial del mundo real. No es algo que esté allá afuera en el espacio y más allá de nuestra propia experiencia: está en el centro de la misma experiencia humana. Todas nuestras actuales interpretaciones de la realidad –esas interpretaciones con las cuales vivimos nuestras vidas al comienzo del siglo XXI-, están basadas en ideas y símbolos que derivan de la anterior historia intelectual. Así que la historia intelectual no es sólo una manera de comprender el pasado, sino que en cierto sentido es una manera de comprendernos a nosotros mismos.

El llanto de los nivelungos…

¡Ay de mi! ¡Oh manes! Me entero que la codicia inmobiliaria y la insensibilidad social dieron un golpe de muerte a uno de los grandes santuarios de la espiritualidad nacional. Sí, “El Nivel”, en donde se formaron generaciones de bohemios, poetas y escritores durante más de 150 años, cerró sus puertas. El aposento será tomado por un centro cultural de la UNAM. Sin duda algunos señores profesores se estarán frotando las manos pensando en el “rescate” de un “centro de vicio”. ¡Lo que hace la juventud y la inexperiencia! En “El Nivel”, cuando el Barrio Universitario era tal, dieron cátedra los mayores educadores. He aquí mi recuerdo y testimonio de aquel salón, publicado con motivo de un homenaje a José Alvarado hace algunos años:

“[…] La escuché por primera vez en el retiro sagrado de ‘El Nivel’ en donde mi maestro Pancho Liguori administraba el devenir de ‘los nivelungos’. Yo me llegaba al lugar cada vez que podía –o sea casi a diario- porque entre los ocres olores a duras penas contenidos por capas de suave aserrín, y el bullicio de quince mesas y una barra […] se recibía mejor clase de literatura hispana que en el desangelado salón del tercer piso de la prepa dos en Licenciado Verdad y Guatemala.

“El Nivel”, lo habrán adivinado, es una cantina del centro histórico defeño. Está en la Calle de la Moneda y ostenta, cual orgulloso blasón, la licencia número uno de la ciudad. Era lugar favorecido por aquellos bachilleres del barrio universitario inficionados por el virus de la literatura y la poesía. Ahí cazábamos a los grandes escritores cuando acudían a los oficios de ‘los nivelungos’ que presidía mi llorado profe.

“Aquella tarde lo encontré en el rincón de la barra departiendo con un hombrón de espeso bigote y acento norteño. Como Liguori, vestía traje y corbata. Como Liguori a esas horas, tenía el aspecto de una cama destendida. Era José Alvarado. Puso entre mis manos una ‘Victoria’ al ser presentado como alumno favorito. Fue una velada inolvidable aunque después tuviera que volver a pie a la casa de huéspedes de La Ribera de San Cosme en la madrugada, mareado y sin un céntimo para la pensión.”

La calle de La Moneda nunca será igual.

viernes, 11 de enero de 2008

2008


Columna "Juego de Ojos"
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Xalapa, Veracruz, México.


Comienza un nuevo año. ¿Algo cambia cuando las campanas del reloj tocan el primer minuto de la nueva era? En el mundo exterior no, pero como dijera el llorado Oscar León Camelo, en lo hondo de nuestro ser renace la esperanza. Maravilloso misterio. Yo, como cada año, publico, actualizada, la misma columna.

Por lo menos hasta la mitad de enero andaremos por ahí dando sonoros palmetazos en las espaldas de cuanto conocido se tope con nosotros -y sobadas de palma abierta para las damas, en particular aquellas que más nos alegran la vista a los ya no tan jóvenes. Es tan arraigada la costumbre del abrazo de año nuevo que se da incluso entre quienes se tienen antipatía.

Intrigante, esto de las costumbres. Por ejemplo, ¿alguien me podría decir por qué apenas comienza y ya estamos contando los días para el final del año? En el momento en que escribo, según mis cálculos, faltan 357 días, u ocho mil 547 horas, o 514 mil 498 minutos, o 30 millones 869 mil 884 segundos para que doblen las campanas por el 2008 y entonemos las fanfarrias por el 2009. ¿A quién diablos le importa eso?

La celebración del Año Nuevo no es occidental y tampoco ha sido siempre el primer minuto del primero de enero. Fueron los antiguos babilonios los que iniciaron el rito hace unos cuatro mil años para conmemorar el nacimiento de la vida con la primera luna nueva del Equinoccio Vernal (también conocido como Equinoccio de Aries o, para los más conservadores, Equinoccio de Primavera). Esta tradición fue heredada por los romanos, pero los emperadores le metían mano al almanaque con tanta frecuencia que pronto se desfasó del paso del sol. Julio César, en el 46 a.C., publicó su “Calendario Juliano” y la volvió al primero de enero (aunque para compensar los caprichos de sus antecesores tuvo que dejar al año anterior durar 445 días).

Durante los primeros siglos de nuestra era la Iglesia declaró la fiesta como rito pagano y la prohibió hasta entrada la Edad Media, cuando la costumbre (¡otra vez!) se impuso. Algunas denominaciones conmemoran el primero de enero la Circuncisión de Cristo.

Cuando llegó Hernán Cortés a México, el calendario azteca acababa de ser reformado para ser de 365 días con un año bisiesto intercalado. El año empezaba el día 1 de Atlacalmaco, que coincidía con nuestro 1 de marzo.

El Año Nuevo Lunar es la más importante festividad para los chinos (y no coincide con “nuestro” año nuevo). La tradición dice que durante el último día del año, Nian, una feroz bestia, desciende a la tierra a devorar a los hombres. Sólo la alejan el color rojo y el ruido de cohetes y los fuegos artificiales. Así que en las ciudades chinas esa noche todo mundo pega adornos rojos en las puertas, prende antorchas y echa palomas y buscapiés. A la mañana siguiente la gente se saluda con un “gong si” que en chino quiere decir “¡felicidades!”, por haber mantenido a raya a Nian un año más.

En el Japón el shogatsu es la celebración más importante del año y dura del 1 al 3 de enero. Los hijos del Sol Naciente creen que cada año es un nuevo comienzo, así que se apuran a cumplir con todos los deberes antes de que termine y celebran el bonekai o “fiesta del olvido”, para despedir a los problemas y preocupaciones del año anterior. Esa noche hay la tradición de echar a volar las campanas de los santuarios. Quizá algunos lectores recuerden el párrafo inicial de Lo bello y lo triste de Yasunary Kawabata: “Viajé a la ciudad de ... porque tenía nostalgia de escuchar las campanas del templo...”

Hay tantas costumbres como pueblos para recibir el nuevo ciclo. Algo generalizado es la costumbre de dar regalos, vestir ropa especial, adornar las casas, celebrar fiestas y elaborar listas de “buenos propósitos”. Entre nosotros no faltó quien prometiera dejar de fumar, bajar de peso, leer un libro, hacer ejercicio o ejercer al límite de lo posible la fidelidad. Los babilonios tenían como intención preferida el regresar aperos de labranza prestados.

Así pues, el inicio de un nuevo año, en todo el mundo, tiene un significado especial, aunque las fechas y las cuentas no coincidan.

“Mi otro yo”

A propósito de proyectos de año nuevo, desde Bélgica escribe Tess Uytterhoeven: “En el marco de un documental para la televisión nacional belga estamos haciendo una investigación mundial. En concreto estamos buscando gente que nació en fechas específicas. Para esto queremos la más grande variación posible en el ámbito de su nacionalidad, descendencia étnica, estado social, profesión, religión, etcétera. Luego haremos retratos paralelos de personas que no tienen nada en común salvo su fecha de nacimiento. Con el documental queremos dar una respuesta a la pregunta: ‘¿cómo hubiera sido yo, si hubiera nacido en otro parte del mundo?’.

“Queremos encontrar a personas de su región (México) que hayan nacido en las siguientes fechas: hombres: 29 de abril de 1933, 18 de julio de 1948, 19 de julio de 1948, 20 de agosto de 1949, 11 de febrero de 1952, 18 de enero de 1956, 5 de mayo de 1956, 27 de agosto de 1958, 30 de diciembre de 1969, 24 de julio de 1962, 14 de enero de 1965, 27 de enero 1965, 5 de octubre de 1968, 5 de febrero de 1969 y 3 de mayo de 1981. Mujeres: 5 de abril de 1943, 2 de mayo de 1950, 20 de julio de 1963, 24 de marzo de 1964, 10 de febrero de 1965, 26 de marzo de 1975, 4 de noviembre de 1977, 27 de diciembre de 1979 y 24 de julio de 1982.

“Las personas interesadas que hayan nacido en estas fechas, nos pueden mandar un correo a la dirección: twins@docfish.be; si nos ponemos de acuerdo, iremos a México con un ciudadano belga que haya nacido en la misma fecha para que puedan conversar durante algunos días sobre sus diferencias o similitudes. Así haremos una comparación entre sus caminos de vida y sus culturas.”

miércoles, 9 de enero de 2008

Carmen Aristegui


Columna "Cambio y Fuera"
Por Adriana Malvido
de Milenio Diario


El viernes pasado el consorcio Televisa-Prisa decidió apagarle el micrófono de W Radio a Carmen Aristegui. Al hacerlo, silenció también a múltiples voces que sólo ahí podían expresarse. Y clausuró las bocinas de millones de radioescuchas que día a día ejercían su derecho a una cobertura independiente, plural, crítica e inteligente del acontecer diario en México y el mundo.

El consorcio argumentó “un nuevo modelo editorial”, basado “en trabajo en equipo y el derecho a la información plural que obtiene el liderazgo de audiencia en todos los países”. La explicación es, a todas luces, contradictoria porque se da justo cuando el programa de Aristegui alcanzaba los más altos niveles de audiencia y de prestigio.

Una cosa es trabajo en equipo, como el de Carmen, con estilo propio que es lo que le daba personalidad a su programa, y otra muy distinta trabajo en rebaño y sometimiento a líneas editoriales ajenas a los criterios periodísticos.

Y es que, en la actual conformación de los megamedios, la idea de “servicio” fue sustituida por la de “negocio”, las líneas editoriales las dictan los anunciantes y la concentración del poder económico va de la mano al del poder político.

Ryszard Kapuscinski, el gran reportero a quien Carmen entrevistó varias veces, advertía que en ese nuevo contexto “la conquista de cada pedacito de nuestra independencia exige una batalla”.

Carmen y su equipo las libraron en la cobertura libre de episodios clave y a favor del seguimiento riguroso de muchos temas que en otros medios resultaron efímeros: Ernestina Ascencio, la protección de la Iglesia Católica a sacerdotes pederastas y la complicidad de Marín y Nacif contra Lydia Cacho. Además, abrió micrófono a Andrés Manuel López Obrador y desde ahí lo cuestionó; también dio voz tanto a críticos como a defensores de la Ley Televisa y propuso a los intelectuales un debate a fondo en torno a la reforma electoral y los verdaderos obstáculos a la libertad de expresión en México.

Carmen trabaja en equipo, no en rebaño; habla de lo que no se habla y subraya lo que se margina, como proponía Kapuscinsky. Al caos informativo le dio sentido en reflexión colectiva. Por eso creó un público que la espera en un nuevo micrófono.

¿Por qué le apagaron el de W Radio? Stefan Zweig nos da una pista: “Entre el espíritu y el poder hay una rivalidad eterna, y nadie puede ser más peligroso para el poder que el maestro de la palabra”.

martes, 8 de enero de 2008

Carmen Aristegui


Columna Rotafolio
Por Javier Corral Jurado
Chihuahua, México.


Miguel Ángel Granados Chapa ha llamado a Carmen Aristegui la periodista más completa de los medios electrónicos; y es apropiado el calificativo porque ahí caben los trazos esenciales de su estilo periodístico bien informado, condicionado por la ética y un espíritu libertario indomable para el embute, la consigna, la amenaza o la tutela.

No es casual que esta periodista haya ceñido desde hace muchos años sus contratos con medios a un código de ética en el que incluye derechos de sus audiencias, como el de réplica; ni tampoco lo es que en el rigor de elaborar la noticia destaque una radical independencia. Son fruto e instrumentos a la vez de una batalla que ella ha mantenido con valor y riesgos ascendentes, y frente a la que otros muchos han renunciado en algún tramo por cansancio, miedo, conveniencia económica o ambición. La mayoría termina sometiéndose, se acomoda, se disciplina.

Lo vimos con un hecho penoso el año pasado: la manera en que los patrones de la radio y la televisión llevaron como carne de cañón a “sus” conductores de noticias hasta el salón de las Comisiones Unidas del Senado que dictaminaban la reforma electoral para tratar de intimidar a los legisladores que, finalmente, no cedieron y desmontaron uno de los mayores negocios privados con recursos públicos: la contratación comercial de la publicidad electoral en medios electrónicos.

Hubo en aquella ocasión presencias de comunicadores que dolieron en el alma, y aunque varios de ellos tenían rostros adustos, ahí estuvieron, sometidos al ridículo que unas horas antes había urdido en su oficina, con las principales cabezas de la CIRT, el vicepresidente ejecutivo de Televisa, Bernardo Gómez, quien mostró interés en saber qué iba a hacer ante esa convocatoria Carmen Aristegui.

No era difícil predecirlo, no se presentó. Y aunque ahí estaban varios de sus colegas de W Radio y el mismísimo representante de Prisa en México, Javier Mérida, Aristegui no sólo no se prestó a que utilizaran su credibilidad, sino que una semana después escribió con todas sus letras en Reforma: “Trabajo en los medios. Soy periodista de la radio y la televisión. He seguido de cerca, como muchos otros, los acontecimientos más relevantes de este país en materia legislativa, política y social de los últimos años.

“Creo que frente a los insólitos acontecimientos que hemos presenciando millones de mexicanos en los últimos días, la abstención y el disimulo no tienen cabida. Me pronuncio, desde aquí, abiertamente a favor de la reforma electoral aprobada la noche del miércoles por el Senado de la República. Me pronuncio en contra del despliegue de fuerza e intimidación que se ha desatado en el más amplio espectro de los medios en el país en contra de los poderes establecidos, particularmente los del Congreso, por razones que distan mucho de las esgrimidas en esta pretendida cruzada libertaria. Me preocupa el tufillo golpista que percibo en algunos de mis colegas. No comparto en modo alguno la idea de que esta reforma constitucional ponga en riesgo ni mi libertad, ni la de ningún ciudadano de este país, para expresar opiniones de ningún tipo”.

Y esto es parte de lo que le cobran a Carmen Aristegui cuando deciden cancelarle su programa en W Radio y no renovarle contrato; esa conducta de independencia que la traducen en “individualismo”. No se ciñe al nuevo modelo de Prisa en México, que incluye visitas al Senado para defender los intereses de los dueños, y todavía tiene el atrevimiento de abrir los micrófonos de W Radio a los legisladores para que aclaren los verdaderos contenidos de la reforma y desmientan la sarta de falsificaciones y engaños con que Televisa y TV Azteca confundían a sus auditorios. Además, hizo la cobertura informativa más completa de todos los medios electrónicos sobre el debate y resolución con que la Corte echó abajo la ley Televisa. Con cuánta razón dicen que es renuente al “trabajo en equipo”.

Esa es la incompatibilidad del modelo que aluden pero que son incapaces de precisar, definir. Por eso, según nos contó Aristegui en su despedida, ya no le pudieron concretar en propuestas específicas para su contrato el documento de “observaciones y preocupaciones” sobre su conducta editorial. Y no lo pudieron hacer porque es muy difícil que alguien se atreva a estas alturas a escribir en cláusulas contractuales razones de una censura.

Tan complejo le ha resultado al grupo Prisa explicar la incompatibilidad y hacer públicas sus motivaciones, que en un grotesco menoscabo de ética ha tenido que recurrir a la práctica del cabildeo individual y personal con varios directores de medios, sembrando la confusión y la intriga a partir de ofrecerles “detalles” del desempeño negativo e incumplido de la periodista a la que elogió en su propio boletín apenas el viernes, y no hace todavía un año le entregó el mayor galardón que el grupo español otorga al desempeño profesional en el periodismo iberoamericano, el premio Ondas.

Qué lejos se ve en todo esto el grupo Prisa que alguna vez nos hizo pensar en abrir en México algún porcentaje a la inversión extranjera en medios. Pionero en los compromisos éticos con sus lectores y audiencias en España, podría ser referente defensa de valores frente a las presiones internas. De su Libro de Estilo —elaborado por primera vez en 1977— sacarían la fuerza de la convicción para imponerse a las mezquindades de lo efímero. Lucharían por no “convertir los medios de comunicación en armas del tráfico de influencias”, como expresó Joaquín Estefanía, el director de El País que ensanchó ese código ético. Pero se rajaron todititos, como el peor de los nuestros.